El Dragón Sombra, herido tras su última batalla, yacía en una oscura casilla del tablero. Su cuerpo, marcado por cicatrices brillantes, latía con un dolor constante. Es verdad que tuvo suerte, de no perder la vida.
Los ecos del enfrentamiento con las piezas blancas aún resonaban en su mente, siempre tenía pesadillas; sin embargo, su espíritu no se quebró, solo era fue una pausa en el eterno juego.
Una noche, mientras la penumbra cubría el tablero, el dragón recibió un regalo inesperado. Una luz suave, lo envolvió de repente. De esa luz surgió un objeto brillante, un cristal misterioso que parecía contener dentro de sí la vida misma.
Era un regalo de vida, un segundo aliento que jamás había esperado. El dragón cerró los ojos por un instante y sintió, por primera vez en mucho tiempo, gratitud.
Su existencia no había sido en vano, y aquel presente lo conectaba nuevamente con el tablero, dándole fuerzas para continuar.
Mientras contemplaba su renacimiento, una sombra ágil se movió entre las casillas cercanas. Era un caballo “su nombre era Tomás”, que avanzaba con saltos gráciles, brincando las piezas que lo rodeaban con una facilidad asombrosa.
El dragón, curioso y aún dolorido, observó al caballo en su danza. «Tú puedes saltar sobre lo que otros no pueden», -dijo el Dragón con voz profunda. «Tu libertad en este tablero es un regalo que yo jamás tendré».
El caballo se detuvo y lo miró, inclinando la cabeza. «Tal vez, pero cada pieza tiene su rol». Yo soy ágil, pero tú eres fuerte.
Tus alas pueden llevarte más lejos de lo que cualquier salto mío podría alcanzar. Valora lo que has recibido, y yo seguiré mi camino». Con esas palabras, el caballo saltó nuevamente, desapareciendo entre las sombras de las casillas.
El Dragón Sombra, ahora renovado y reflexivo, se acurrucó en la penumbra. Sabía que su tiempo aún no había llegado a su fin y pronto volverá a alzar el vuelo.
Gracias por leer: Un regalo para el Dragón
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