Edwin Carcaño Guerra
De repente, el primer ser humano en tomar conciencia de si mismo, miró al cielo. Se dio cuenta de que estaba desnudo y sintió miedo. Tenía una prioridad: sobrevivir y no quedarse sin suministros. Temía padecer una muerte violenta a manos de los depredadores que caminaban a su alrededor. Buscó refugio y trato de esconderse entre las cuevas. Entre más se adentraba más seguro se sentía pero no podía disfrutar de nada. El corazón del hombre pensó: ¡Que cruel es la naturaleza!
El primer ser humano se paró frente al mar. Vio como pequeños reptiles con caparazón salían de la arena. Corrían rápidamente hacia el mar. Las pequeñas no dudaban en lo que había que hacer. Sin embargo, en el camino al océano las tortugas eran devoradas por las gaviotas. Las que llegaban al mar se encontraban con grandes peces que también se las comían. Muy pocas tortugas llegarán a ser adultas. El corazón del hombre pensó: ¡Que cruel es la naturaleza!
El primer ser humano se paró frente a un árbol. Veía el viento soplar pero el majestuoso y robusto tronco permanecía imbatible. ¿Por qué este ser podía enfrentar a la naturaleza sin consecuencias? Gracias a esta pregunta el individuo encontró las raíces y supo que las estructuras deben de tener cimientos. Pero una noche cayeron rayos y el frondoso cedro ardió hasta consumirse por completo. A la mañana siguiente solo había cenizas. El corazón del hombre pensó: ¡Que cruel es la naturaleza!
El primer ser humano se paró ante si mismo. Encontró a otros seres humanos y aprendieron a formar grupos. Encontró a una pareja y juntos echaron raíces. Eligió líderes y formó una civilización. Hubo gente con la que no se pudo poner de acuerdo e hizo la guerra. Aprendió que a su alrededor estaba la creación y que esta era dueña de todo. Al final entendió que solo una cosa le pertenece: el amor en toda su magnitud. Entonces el corazón del hombre pensó: ¡que hermosa es la naturaleza!
Instagram: @ecarcanog
Dedicado a Jimena
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