Edwin Carcaño Guerra
Amanece y la gente empieza a despertar. Todo el mundo sigue sus hábitos y rituales mañaneros con uno poco de dificultad. Lo de antes, los procedimientos de los primeros veinte años del siglo XXI, ya no son comunes. La crisis pandémica significó una economía dañada, empleos perdidos, familias incompletas, muertes en total soledad, dolor y muchas lágrimas. En la peor parte de la situación, la sociedad demostró que su capacidad combativa seguía ahí y al final derrotó al virus.
Durante los días de cuarentena la sociedad descubrió nuevas maneras de hacer las cosas. Las empresas empezaron a trabajar sin la necesidad de que las personas estuvieran presentes. Las escuelas cambiaron sus aulas presenciales por aulas virtuales. La infraestructura de Internet a nivel global demostró que no era suficiente y hacía falta más inversión. En la prensa las personas empezaron a acercarse más a los editorialistas y menos a las noticias. A la gente le gustó el nuevo sistema.
Gracias a esos cambios el tráfico en las calles ya no es tan pesado. Muchísimas personas hoy están con su familia en lugar de estar en los congestionamientos automovilísticos. Los niños de las grandes ciudades están más sanos debido a que los niveles de contaminación han bajado drásticamente. Los colegios ahora tienen un sistema tecnológico que permite que sus estudiantes aprendan, desde temprana edad, un oficio y de esa manera tengan una vida más feliz y productiva.
La teoría generacional enseña que así son los tiempos de crisis. A pesar del dolor que causan, muchas veces tienen un elemento de progreso social. Cambian el mundo para siempre. El estilo de vida que conocemos hoy tiene que llegar a su fin ya que no es sostenible. El daño a la naturaleza no es un camino de progreso ni social ni tecnológico. Es por eso que las lecciones de esta pandemia deben de aprenderse rápido porque si no es así entonces tendremos que volver a vivir la lección.
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